Por Welnel Darío Féliz
El 1965 es un año emblema en la historia nacional, caracterizado por la rebelión iniciada el 24 abril y la defensa de la soberanía que le siguió. A partir de ello se ha creado una polarización en torno a los acontecimientos acaecidos en Santo Domingo, aun en los que trabajan historias locales, los que en ocasiones, no tratan con detenimiento los eventos sociales acontecidos en esta etapa. Más allá de este significativo momento del pasado dominicano, la vida siguió su curso, con situaciones de impacto en cada comunidad que llegaban a trastocar la cotidianidad, tal como ocurrió en Vicente Noble.
El 17 de noviembre de este año el Listín Diario traía la noticia de que en este pueblo, desde hacía algunos meses, se había desarrollado una diarrea parasitaria que habría cobrado la vida de varios niños. Al conocer la información el Doctor Luis Emilio Richardson, director del Centro Sanitario Jaime Mota, de Barahona, negó tal situación. Para el 22 del mismo mes, el mismo periódico explicaba, en su edición número. LXXVII (18009), página 13, que ya se habían registrado unos noventa fallecimientos, con tres sepultados el 17, el mismo día en que el Doctor Richardson negaba la magnitud de los hechos.
El periódico expresaba que, según un informante, el asunto de agravaba por el abandono de los servicios de salud y por la inexistencia de médicos, con la presencia solo de un inspector sanitario. Asimismo, no llegaban siquiera las medicinas más básicas y urgentes, por lo que ante una herida de arma blanca, debían trasladarse a Barahona para inyectarse una antitetánica. Dado así, la gente acudía a pócimas dadas por curanderos locales para tratar el brote de diarrea y otras enfermedades.
Aunque no hemos encontrado referencias oficiales que señalen la muerte de los 90 niños hasta el 22 de noviembre, tampoco hemos observado negativas posteriores. De todas formas, de ser ciertas las noticias, hasta tanto localicemos dichas informaciones, hay que observar el dato traído por el periódico, lo que encuentra algo de sustento no solo en la muerte de tres niños el 17, sino en las condiciones sanitarias del pueblo y zonas aledañas, en el que, aún con cerca de diez mil habitantes, no tenían un médico ni las medicinas que contribuyeran a paliar sus condiciones de salud.
De todas formas, partiendo de las noticias, es posible aproximarnos estadísticamente al impacto de la muerte en las familias vicentenoblenses. Si bien para 1965 no se realizó un censo oficial que nos permitiese determinar el número de niños en el pueblo, a partir de los levantados en 1960 y 1970 podemos acercarnos a su él. Para 1960 la cantidad de habitantes del distrito municipal era de 8,050, con 4,880 asentados en la población, de los que, a partir de las proyecciones, 2,635 eran niños. Diez años después el número total de munícipes se elevó a 13,297, de los cuales 6,957 eran niños menores de 15 años, con poco más de 7,500 habitantes en la cabecera y una población cercana
a los 4,500 niños. Con un crecimiento sostenido cercano al 6% en esta etapa, para 1965 la población de niños y niñas en Vicente Noble rondaba los 3,400, lo que indica que el porciento de fallecidos rondó por el 2.7% del total.
Asimismo, para 1960 la común de Vicente Noble tenía unas 2,051 casas, de las cuales 1,299 estaban en la cabecera y las demás, 752, en Canoa, Fondo Negro, Quita Coraza, Barranca, El Memiso y Las Minas. Diez años después, aún con el crecimiento de la población en unos 5,247 nuevos habitantes, solo se contaron 291 viviendas nuevas, para un total de 2,342, con unas 1,471 en el pueblo principal, aproximadamente. Así, para 1965, allí existían unas 1,369 viviendas, por lo que en cerca de cada 15 casas murió un niño o niña, lo que representa un colectivo experimentando la muerte y el dolor en todos sus barrios y entre familias numerosas, potencializado por la mancomunidad propia de los pueblos y la familiaridad que les caracteriza.
Aunque la noticia no se sensibiliza con las declaraciones directas de padres o madres de niños y niñas fallecidas, es posible encontrar algún testimonio y explorar en los recuerdos de los vicentenoblenses y conocer más de cerca y con mayores detalles el drama humano y la fatalidad que experimentaron, lo que permitirá auscultar en la historia social de esta comunidad. Es tarea pendiente.
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