Por Welnel Darío Féliz
La propagación de bulos con sus efectos en la historia dominicana es tan frecuente que en ocasiones es confundido con el propio proceso. Estos iniciaron con la República. El mismo 28 de febrero de 1844 Desgrotte echo a andar el rumor de que con la fundación del Estado se restablecería la esclavitud y los antiguos esclavos y sus descendientes volverían a su condición antes de 1822. Esta falsa noticia motivó que los habitantes de Monte Grande, liderados por Santiago Basora, se aprestaran a oponerse al nuevo Estado, con el objetivo de garantizar su estatus de hombres libres. Solo con la intervención de representantes de la Junta Provisional de la nueva República, bajo la promesa del dictado de un decreto de abolición de la esclavitud, aquellos habitantes se tranquilizaron y adhirieron a la causa nacional.
No pasaron tres semanas de estos acontecimientos cuando se lanzó un bulo cuyo efecto fue sustancial en el triunfo de los dominicanos en la defensa del nuevo Estado. A poco de la batalla de Azua, se hizo correr el rumor de que el presidente Charles Hérard había muerto allí. La falsa noticia fue comunicada a Pierrot durante su asedio a Santiago, lo que lo motivó a regresar a Cabo Haitiano, donde, ya con conocimiento de la situación se sublevó, lo que incidió en que Hérard abandonara la campaña y regresara al oeste a enfrentar el levantamiento.
El 4 de julio de 1861 Francisco Sánchez fue fusilado. Fue llevado al patíbulo después de caer prisionero en las inmediaciones de El Cercado. Sánchez encabezó, junto a José María Cabral y Fernando Tavera, una expedición que se oponía a la anexión a España efectuada por Pedro Santana el 18 de marzo del mismo año. Ante las noticias de la expedición, que hizo su entrada por la frontera, Santana hizo propalar la falsa información de que Sánchez entró al país encabezando a grupos de haitianos, con el objetivo de lograr la oposición a la excursión libertadora.
Un bulo de larga data y proyectado en el tiempo lo constituyen los narraciones sobre Pedro Florentino. Los rumores sobre su supuesta maledicencia, robos y asesinatos realizados en Baní y Azua en 1863, fueron echados a andar por General español José de la Gándara, seguidos por posiciones contrarias del Gobierno Restaurador, alimentados por José Gabriel García y, al decir de Arístides Sócrates Nolasco, aupados por algunos defensores de Máximo Gómez. Estas falsas noticias crearon un monstruo social y político y se enraizaron tanto en la historiografía que ni siquiera el trabajo del mismo Nolasco: “Pedro Florentino y un Momento en la Restauración”, ha logrado cambiar la percepción sobre este héroe independentista y restaurador sureño.
El 25 de marzo de 1864 Juan Pablo Duarte pisó tierra dominicana. En esa fecha tenía exactamente 19 años, 6 meses y 15 días que había sido exiliado sin regresar a su país. Entró por Monte Cristi, dispuesto a integrarse a la guerra restauradora. El 4 de abril llegó a Santiago y al otro día se dispuso a integrarse a la lucha. Pero tras su arribo se desarrolló un bulo que terminó por afectarle en sus propósitos y lo llevó, nueva vez, a ausentarse del territorio dominicano. El 28 de marzo el diario La Marina, en La Habana, publicó la noticia de su incorporación a las filas restauradoras. El autor, después de señalar su papal durante la independencia y, también, denostarlo, señaló “el Presidente Pepillo Salcedo, Polanco, el generalísimo y los no menos generalísimos Luperón y Monción, no querrán ceder la preeminencia que hoy tienen entre los suyos, y verán de reojos al recién venido, a quien
considerarán como un zángano perezoso que viene a libar la miel elaborada por ellos”. Aunque fue recibido con atenciones, el 14 de abril se le comunicó la decisión del gobierno de que debía regresar a Venezuela como su representante ante aquel gobierno. Los motivos para tal decisión no están muy claros, se aduce que fue por su vejez y condiciones de salud, sin embargo, fue el propio Duarte quien dio visos del impacto de esta falta noticia entre los dirigentes restauradores y a él mismo, pues, aunque al principio se había negado a embarcarse a Venezuela, a la vista del artículo, el 21 de abril escribe a Espaillat su decisión de aceptar el encargo diplomático, señalándole que él jamás sería “piedra de escandalo y manzana de discordia” entre los dominicanos, expresando, por igual, a Salcedo, por carta del 26 del mismo mes, que dicho artículo era “tendente a desunirnos”. A principios de junio del mismo año salió de Santiago y pocos días después se embarcó a Saint Thomas, cerca de dos meses y medio desde que sus pies pisaran el suelo patrio y sin que sus ojos volvieran a ver a Santo Domingo.
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