Tomado de: Armario Libre
Barahona.- Llegar a esta ciudad, hace 50 años, con una mano delante y otra detrás, y hoy exhibir que es un próspero y emprendedor empresario, no tiene precio.
Pero venir desde El Líbano, renunciar a su condición de oficial militar y a su familia, en plena juventud, para comenzar desde cero, desde un pueblito como Enriquillo, en las costas de Barahona, había que tener visión y decisión para emprender negocios, quizás poco rentables para la época, 1964.
Sin embargo, el agradecimiento y la satisfacción, claro, del bien agradecido, queda impregnado en la mente del ser humano, que jamás habrá una razón que la supere.
Iniciar un negocio con RD$5,000.00 en mercancías viejas y hoy ser dueño de una de las esquinas más importantes del pueblo, es solo una actitud de los grandes, y para muchos, él es un gigante.
“En Enriquillo, porque ahí comencé yo en Enriquillo, en Enriquillo nazco y entonces me crio aquí en Barahona”, respondió sin titubear el comerciante libanés, Gosub H. Elías, presidente de farmacia y supermercado Ana Isabel, al preguntarle que dónde le gustaría nacer si pudiera darle para atrás al tiempo.
Recuerda que sentado en una loma, próximo al aeropuerto de Beirut, cada cinco minutos aterrizaba un avión y despegaba otro, por lo que un día, en uno de los descansos militares, se expresa para sí mismo, “concho, un día me voy para América, yo no me quedo aquí en el ejército”.
Expresa que la vida era muy difícil para él, sobre todo, porque no le gusta la guerra, y en la que estaba, era obligatoria.
Sostiene que le fue mejor, porque ya tenía familia en Barahona, los Melgen, quienes se habían traído a sus hermanos, Nayef Hanna Elía Melgen, Samir Hanna Elía Melgen, Abraham Hanna Elía Melgen y Bim Hanna Elía Melgen.
Recuerda que en el 1964 es cuando uno de sus hermanos le envía la visa al Líbano, la que presentó al Ministerio del Ejército, autorizándolo a salir del país, pero que debía regresar en tres meses, aunque le otorgaron un carné de reserva por diez años.
Dice que el primero de abril del 1964 llega a República Dominicana, debajo de un torrencial.
Fue recibido por los Melgen, que era su familia, además de sus hermanos, pernotando esa noche en un hotel de la capital, para emprender viaje al día siguiente hasta el pueblo que lo ha acogido como hijo suyo desde entonces.
Hoy admite que cuando llegó a Barahona se preguntó las razones por las cuales había ido a un pueblo donde no vería esos aviones saliendo llegando cada cinco minutos como Beirut, y donde no iba a escuchar el trotar de los militares todas las mañanas y hasta los bombardeos de la guerra.
“La verdad, no me gustó. Me pregunté, a qué vine yo aquí, tan difícil el pueblo, vi tanta pobreza, pero la gente era muy buena, muy sensible, te saludaban y le pregunté a mi hermano Dorgim, y cómo viven ustedes aquí? Y él me dijo, espera, cuando aprendas a hablar español vas a gozar mucho, me llevaba a la avenida a pasear, a fiestas en el hotel Guarocuya de aquel tiempo y comencé a sentirme mejor”, precisa.
Dice que cuando la invasión de Estados Unidos al país, 1965, llevaba ocho meses aquí, y apenas había cumplido los 24 años de edad.
Recuerda que su hermano compró una camioneta y lo envió con el vendedor a los campos a vender zapatos y ropa, pero que solo conocía dos o tres palabras en español, pero que le fue gustando el negocio.
“La tijera para cortar la tela era la boca, las medidas de la tela eran los brazos, y así duramos dos años, Brojim fracasó aquí, era el don Juan aquí, tenía muchas amistades, y le dije, dame el pasaje que me voy al Líbano de nuevo, y me dijo que no, que me quedara y le respondí que llevo tres años trabajando para nada, entonces mi tío, el papá de Faroche me dijo búscate un campo por ahí y te vamos a ayudar”, narra hoy con cara de satisfacción y agradecimiento.
Y es cuando asume a Enriquillo, en las costas de Barahona, como su pueblo, donde monta un negocio de zapatos viejos, con un capital no más de RD$5,000.00, pero que fue suficiente para hoy sentirse orgulloso de su decisión final y gritarle al mundo que esa comunidad y Barahona, son los mejores lugares para vivir.
En aquella época, a finales del 1960, alquila una casa por RD$30 mensual, RD$4.00 a una señora para que levara la ropa y RD$18.00 cada mes por comida y desayuno, cuando las ventas eran de RD$25.00 y RD$30.00 en un día.
“Yo no gastaba ni un centavo y me gustaba el negocio. El desarrollo de cualquier comerciante está en que te guste lo que haces y la economía la va a hacer el capital. Yo duré tres años que ni un refresco me tomaba, era tacaño, yo sabía a qué había ido a ese pueblo”, manifiesta, aclarando, que ya no es tacaño.
Dice que a los tres años pasa inventario y ya tenía RD$20 mil en el negocio, siendo sus mejores clientes los empleados de la Algodonera de entonces y la pesca, que dice, era muy fuerte en la zona.
Recuerda que dos negocios de Enriquillo vendían los tenis Paseo y Campeón a RD$5.00, mientras él los vendía a RD$3.00, por lo que la popularidad del calzado y el precio que tenía para sus clientes, le dieron fama de vender barato, lo que afirma, fue suficiente para seguir creciendo.
Fue en esa misma fecha que se enamora de Martha Terrero Vidal, quien estudiaba farmacia en la universidad en Santo Domingo, y cuando terminó sus estudios, pusieron un establecimiento en Enriquillo.
“Teníamos la tienda y la farmacia en un solo local, Martha era la doctora, no había médico en aquel tiempo, ella era la que recetaba y con la bendición de Dios, tenía buena mano, curaba a la gente, por lo que llegaba gente de Oviedo, de arriba de Chene y de Paraíso, tocaban la puerta a las dos y las tres de la mañana y yo me levantaba sin importar la hora hasta para vender una aspirina”, precisa.
Con doña Martha Gosub procreó a Ana Isabel, Ynasub y Sharase Elía, quienes se criaron en Enriquillo y ya radicados en Barahona, tuvieron a Gosubsito Elía. Los cuatro hijos les han dado ya ocho nietos.
Luego de 18 años viviendo y negociando en Enriquillo, piensa mudarse a Santo Domingo, para darles a sus hijas una mejor educación, cuando el primo Faroche lo llama y le dice que le iba a vender su farmacia, la compra y le va bien.
Recuerda que a los clientes les faltaban muchas veces diez, 15, 75 centavos y hasta un peso, pero despachaba la mercancía, lo que le fue dando cierta popularidad en la población.
“Un comerciante tiene que servir y cuando tú sirves, te ganas la simpatía del pueblo, el pueblo te quiere; la población te conoce a ti, pero tú no los conoces a todos, y el mismo público, si le sirves bien, es quien te hace la propaganda”, dice seguro de su rol en la sociedad.
Narra que cuando llegan a Barahona alquilan una casa, pero que al tiempo compran un solar y construyen, pero que al irles tan bien, desisten de mudarse a Santo Domingo y prefieren enviar a sus hijas con sus abuelos maternos, en un apartamento que compran a través de un préstamo a la Asociación Barahona de Ahorros y Préstamos.
Las muchachas estudian y se casan en Santo Domingo y les proponen vivir en la gran ciudad, a lo que se niega.
“Mi hija, yo soy barahonero, yo estoy en Barahona, mi pueblo es Barahona”, recuerda que le responde a su hija cuando le pregunta que si no se va a Santo Domingo a vivir.
Gosub se define como un barahonero de pura cepa, tan barahonero, que ya hasta compró la tierra en el campo Santo, donde deberán llevarlo a descansar en su última morada.
Consideró que los pueblos se desarrollan por la gente que viven en él, ya que eso no lo logran los gobiernos, senadores, diputados ni funcionarios.
Hoy cuenta con la farmacia, supermercado y una tienda de ropa, mientras el hotel tuvo que eliminarlo por falta de parqueo para los clientes.
Los negocios cuentan con 40 empleados, y aquél que inició con RD$5000.00 en un campo de Barahona, en una casa alquilada, hoy ha parido tanto, que hacen a este emigrante del Líbano, en uno de los hombres más queridos del pueblo, y lo mejor del caso, es que se siente querido y apreciado por los barahoneros.
Critica al inversionista que teniendo millones de pesos los guarda y no los invierten, asegurando que no tiene un peso, a menos que para atender una emergencia familiar, porque tan pronto le cae RD$100 mil pesos los compra de mercancía y los convierte en bienes.
“Me siento igualito al que comencé a trabajar con RD$5,000.00 en mercancía vieja en Enriquillo. La cuenta en el banco no es mía, es de los vendedores que hay que pagarle todas las semanas y a veces sobra RD$100; RD$50, 000, el beneficio de uno se queda adentro en mercancía, es muy difícil sacar millones de pesos de estos negocios, te quiebras”, asegura.
La farmacia y el supermercado Ana Isabel está ubicada en la calle Padre Billini esquina Anacaona en Barahona y es de su propiedad, comprada a Luis Toral hace cierto tiempo.
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