El periodismo ha sido para él la vida, su pasión, el amor predilecto. Persigue la noticia con arrebato casi enfermizo desde los tiempos en que no existían los celulares para dar seguimiento al reportero que cumplía su asignación en la calle.
-¡Dime! ¿Qué conseguiste? ¿Qué dijo el hombre? ¿Hay muertos? ¿Ese diparate e’lo que tú piensa que yo voy a publicar? ¡No ombe, no sea tú pendejo, deja eso, te puede quedar por allá!- decía a periodistas que se las ingeniaban para llamar e informar sus novedades.
Cualquiera pensaba que le daría un infarto moviéndose por todos los departamentos de los medios donde ha trabajado, espigado, enjuto, con el acento cibaeño y la vehemencia por dar un palo u ofrecer una primicia que no le ha abandonado pese a llegar a ocupar la posición más alta como ejecutivo de la comunicación: director.
Radhamés Virgilio Gómez Pepín, quien este diciembre cumplirá 87 años, es un caso excepcional de inteligencia. Abandonó los estudios en cuarto de secundaria y, sin embargo, domina las reglas gramaticales como un maestro y exhibe un estilo peculiar que cautiva tanto cuando hace opinión como al redactar un reportaje. Maneja con sapiencia todos los géneros periodísticos.
Ejemplos de su sello inconfundible como reportajista lo constituyeron sus trabajos sobre los sucesos de Palma Sola, el secuestro del coronel Crowley, la salida del país de Juan Domingo Perón o la masacre de los Palmeros en la autopista Las Américas, entre otros.
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