Por José Miguel Medina Tejeda
OPINION – Nacemos libres en una comunidad de mujeres y hombres libres. Pertenecemos a esa comunidad. Una comunidad que, como las ondas del lago, se va agrandando de la familia al barrio, del barrio a la ciudad, a la nación y al mundo.
Una comunidad fraterna (o amistosa , si preferimos el término femenino) porque sus miembros comparten la misma dignidad como personas. Es una comunidad política.
Es decir, organizada a través de leyes e instituciones para garantizar los derechos de todos sus miembros. Una comunidad que funciona porque hay un pacto social, un compromiso colectivo para respetar ese ordenamiento jurídico.
Ciudadanía es pertenecer por derecho a esa comunidad de derechos. Ahora bien, como éstos son universales, no pueden ser ilimitados. Mi derecho termina donde comienza el de la otra persona.
Ciudadanía es ser sujeto de derechos y también de obligaciones. Éstos y éstas son dos caras de la misma moneda, no pueden concebirse por separado. El derecho de Juan es la obligación de Juana, el derecho de Juana es la obligación de Juan.
Para armonizar los intereses de la comunidad y sus naturales conflictos nos hemos dado una estructura —el Estado— que favorece las relaciones entre todos los integrantes y protege a los más débiles.
La misión del Estado y de quienes lo administran se resume en llevar a la práctica el principio de la igualdad radical de todos los seres humanos. Esto es lo que se llama el bien común.
Ahora se habla mucho de tolerancia. En un mundo tan violento como el que estamos viviendo, ya es un gran paso el respeto mutuo entre los miembros de una comunidad política.
Benito Juárez decía, con razón, que ese respeto al derecho ajeno garantiza la paz.
Pero la tolerancia es fría. Yo cumplo mis obligaciones y espero que el otro haga lo mismo. No discrimino, pero tampoco me involucro en las necesidades del prójimo.
No comprometo mi subjetividad, no me duelen las entrañas, como dirían los
Profetas bíblicos, viendo los desequilibrios del mundo.
La tolerancia es pasiva. A nivel intelectual, estoy en contra del hambre y la guerra. Pero no hago nada para cambiar esta situación.
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