La franja de playa escogida para el desarrollo tiene la parte de Cabo Rojo como su más preciado segmento. Por Juan Lladó
Pedernales debe encontrar alguien quien le quiera "escribir". Sin eso, entendiéndose como inversión, no habrá allí ningún desarrollo turístico. Pero el Plan Sectorial de Ordenamiento Territorial Turístico (PSOTT) que ha preparado el Ministerio de Turismo para la región presenta obtusos desafíos que podrían tornar imposible la "misiva" que se espera. La ubicación de la inversión hotelera que este propone podría condenar a Pedernales a un hueco anhelo si el Estado no provee los complementos que tal ubicación requiere.
No es que las prescripciones generales del PSOTT sean descabelladas. De hecho es un buen ejercicio técnico que merece encomio. Visualiza a Pedernales como "el principal destino de turismo de naturaleza en la región del Caribe, cuyo modelo de aprovechamiento de los recursos naturales parte de una red de turismo de aventura y de playa de alto estándar". Calidad de servicios, conciencia ambiental, baja densidad y silencio son las características claves que deberá exhibir el desarrollo turístico de "alto estándar". Tal caracterización deja claro la alta estima que se tiene por la extraordinaria biodiversidad de la región y sus atractivos naturales.
Sin embargo, el PSOTT establece una franja de las playas menos atractivas de la provincia para el desarrollo de facilidades turísticas. Esta incluye todo el litoral que va desde el saliente de Cabo Rojo hasta la ciudad de Pedernales, excluyendo así todas las playas que quedan al sur de Cabo Rojo que son las mejores. Las posibles inversiones hoteleras estarían concentradas en la ciudad de Pedernales y el saliente de Cabo Rojo. Y es esto lo que lleva a la conclusión de que los planificadores tuvieron el ideal como norte y no aterrizaron en las duras realidades del mercado turístico internacional. Ignoraron la preferencia de los inversionistas de ubicar los hoteles frente a playas que se consideran de "alto estándar".
La franja de playa escogida para el desarrollo tiene la parte de Cabo Rojo como su más preciado segmento. Pero aunque atractiva y acogedora, la playa de Cabo Rojo no puede compararse en majestad y belleza a Bahía de las Águilas. El resto de la franja tiene playas con partes lodosas y poco atractivas, y las que quedan frente a la ciudad de Pedernales son pedregosas. Además de que la franja carece de cocoteros y de una vegetación agradable, las playas escogidas nunca han atraído bañistas. Y aunque pudiesen mejorarse, tampoco son las playas con que sueña el turista europeo o norteamericano.
La playa tropical ideal para fines turísticos es aquella cuya arena es blanca y de fina granulometría, con una franja bien ancha para acomodar a los bañistas sin que haya hacinamiento. Además, debe tener los cocoteros que tanto americanos como europeos conocen como "palmeras" (y mientras más denso es el cocal más apetecible es la playa). El balneario debe ser de suave pendiente para maximizar el área de baño y el agua de color azul turquesa preferiblemente. Si hay una suave brisa cálida se completa el universo del bañista y si se añaden amenidades hoteleras cercanas la experiencia se hace más placentera todavía. Las playas de arena parda o de grava son mucho menos atractivas.
Cuando se evalúan las playas de la provincia de Pedernales, por ende, no cabe duda de que la mejor es Bahía de las Águilas. Por eso su nombre es tan frecuentemente invocado en los corrillos turísticos. Aun cuando no tiene cocales ni amenidades hoteleras, esa playa cumple con los sueños más exigentes de los turistas extranjeros. Por tanto, resulta comprensible que los inversionistas prefieran a Bahía de las Águilas como el lugar ideal para plantar sus hoteles. En segundo rango de preferencia estarían, más al sur, Playa Blanca, Odin, Trudille, Costinilla, Bucan Base, Piticabo y las playas de la isla Beata. Sin embargo, el PSOTT proscribe tal posibilidad, talvez porque son parte del Parque Nacional Jaragua.
Ahí entonces existe un tranque que pudiera dilatar por años el despegue turístico de la provincia. Para que los inversionistas ubiquen los hoteles donde quiere el Ministerio sería necesario proveerles incentivos que actúen como imanes. Esto implicaría dotar de la infraestructura necesaria a toda el área de la franja de desarrollo (aeropuerto, acueducto, sistema de alcantarillado, plantas de tratamiento, plantas de reciclado de basura, líneas de transmisión de electricidad, etc.). También de un sistema de transporte que facilite el recorrido desde los hoteles hasta las mejores playas. Inclusive el Estado podría construir los dos o tres primeros grandes hoteles -para ser manejados por multinacionales hoteleras- en caso de que aun con esta infraestructura no aparezcan los inversionistas.
La inversión total de un proyecto integral de esta naturaleza sería de por lo menos US$250 millones.
La alternativa, por supuesto, sería el "anatema" de permitir un desarrollo altamente controlado en Bahía de las Águilas. En este caso la comunidad ambientalista nacional ha expresado graves reservas sobre lo que podría suceder al ecosistema costero de la provincia si se erigen allí grandes hoteles.
Aunque algunos ambientalistas conceden que tal cosa sería posible si en este país existiese el grado de institucionalidad que garantice el cumplimiento de las regulaciones de protección ambiental, la aprehensión citada se ha traducido en un tajante recelo sobre cualquier desarrollo hotelero en Bahía. Tal ha sido la intransigencia, por el justificado temor de que sobrevenga una hecatombe ecológica, que el desarrollo turístico no se ha materializado en la zona.
El despegue turístico de Pedernales, por tanto, está en entredicho. Habría que esperar que las buenas intenciones del gobierno de turno se traduzcan en la adopción de una de las dos alternativas presentadas. Si escasean los recursos la opción podría ser permitir el desarrollo en Bahía de las Águilas y enfrentar el grandioso reto de la conservación de los recursos naturales. Enfrentar ese reto es más barato pero también es sin duda de mayor riesgo ambiental.
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