La ofensiva aliada contra Gadafi continúa. En Trípoli, un misil destruyó un edificio administrativo ubicado a 50 metros de la residencia del líder. El número de personas muertas no se conoce con precisión.
El pueblo libio va a tomar las armas, las bombas, los arsenales. Vamos a armar a las mujeres, vengan a luchar contra nuestras mujeres, pandilla de cobardes”. Era la segunda intervención a través de la radio del líder libio Muamar Gadafi, después de que su territorio, acusado de ser centro de violaciones contra los derechos humanos, recibiera el impacto de más 110 misiles disparados en operaciones conjuntas de Francia, Estados Unidos y el Reino Unido contra cerca de 20 objetivos. Gadafi, fiel a su retórica patriota y de vehementes arengas, prometía una “larga guerra” contra el nuevo colonialismo y los “nuevos nazis”.
Su llamado convocó a la conformación de un ejército de un millón de personas, capaz de revertir los hasta ahora sensibles golpes que han sufrido sus fuerzas. El apoyo de Trípoli, la ciudad capital que desde el inicio de la rebelión popular —hace poco más de un mes— se convirtió en la fortaleza del régimen, emergió de inmediato en los alrededores de Bab el Azziziya, el cuartel general y residencia del líder, donde cientos de seguidores se agolpan para protegerlo del fuego de los “pájaros”. Su proclama era simple: “Dios, Gadafi, Libia y nada más”.
No obstante, las palabras de Gadafi estuvieron lejos de amedrentar a los aliados, que para entonces ya tenían a su favor la destrucción de la mayoría de las baterías antiaéreas libias y comenzaban a implantar una lluvia de fuego en las bases aéreas más importantes en los alrededores de Trípoli y en puntos estratégicos para la defensa del bastión rebelde de Bengasi, Misrata y Ajdabiya, ciudades que desde la semana anterior se debatían entre las balas de ambos bandos. Hacia la medianoche libia, uno de los misiles alcanzó un edificio administrativo en Bab el Azziziya a 50 metros de la residencia del líder y lo destruyó por completo.
El Ministerio de Defensa francés había tomado la decisión de enviar a aguas libias —donde ya se acomodaban dos fragatas dotadas de sistemas antiaéreos por orden de París— el colosal portaaviones nuclear Charles de Gaulle. Un poco más de dos días tardará su llegada desde el puerto de Toulón para reforzar el cerco que pretende atar de manos al líder, y que desde ayer cuenta con una contribución de cuatro aviones de combate procedentes de Qatar, la primera nación árabe en unirse a las operaciones aliadas.
El analista internacional Enrique Serrano considera que las fichas ya fueron jugadas en este ajedrez bélico: “Desde el punto de vista estrictamente militar, las amenazas de Gadafi son gestos de desesperación. No tiene el poder ni la capacidad de intimidación, pero la amenaza real de Gadafi es contra su propio pueblo, al cual todavía le puede hacer mucho daño. Todo lo que ha dicho en los últimos días hay que tomarlo como un intento desesperado de supervivencia, porque ve que a partir del ingreso de la coalición sus posibilidades son limitadas”.
En efecto, las posibilidades parecen mucho más limitadas de acuerdo con las palabras del almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos. Mullen destacó el éxito de la operación ‘Odisea del Amanecer’, que en su primera fase logró implantar la zona de exclusión aérea en Libia exigida por la ONU. La segunda noche consecutiva de bombardeos se concentró especialmente en objetivos ubicados dentro de la ciudad de Trípoli, que sería el primer paso para la siguiente fase: “Ahora trataremos de cortar sus líneas logísticas”, confesó el almirante en una extensa entrevista con la cadena NBC, reconociendo que las fuerzas leales al régimen están bien desplegadas sobre el corredor entre Trípoli y Bengasi, donde los aliados patrullan el cielo 24 horas al día.
Mullen advirtió, a pesar de las amenazas de guerra del líder libio, que “con el tiempo, claramente, el coronel Gadafi tendrá que tomar algunas decisiones sobre su futuro”, aunque también hizo saber que los operativos pueden terminar incluso con él en el poder: “Queda mucho por hacer (...) creo que a largo plazo veremos una presión cada vez mayor sobre él”. “Sería insensato matar a Gadafi”, ripostó más tarde el secretario estadounidense de Defensa, Robert Gates.
“Gadafi ha lanzado muchas amenazas, pero no creo que pueda llevarlas a cabo. Esto no significa que un cambio de régimen en Libia sea inminente. Uno no puede derrocar a Gadafi sólo con la implantación de una zona de exclusión aérea. Yo creo que esta misión nunca fue muy bien definida y por eso el futuro es incierto”, opina Reva Bhalla, directora de análisis sobre Oriente Medio del Centro de Pensamiento norteamericano Stratfor.
En la noche, el gobierno libio anunció un alto al fuego en respuesta a una petición de la Unión Africana y en obediencia a la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, una declaración asumida con escepticismo por los aliados, cuando el viernes pasado tuvo lugar un aviso similar, deslegitimado el mismo día por disparos efectuados desde los cuarteles de Gadafi hacia blancos rebeldes.
Las últimas informaciones de la cadena catarí Al Jazera apuntaban a que las defensas antiaéreas que aún quedan en pie en Trípoli respondían al fuego que desde el aire caía en la ciudad para cubrirla de humo.
¿Los civiles están en peligro?
Según fuentes médicas de Bengasi, desde que se inició la intervención militar extranjera en Libia han muerto 90 civiles y más de 150 han resultado heridos. Todavía no es claro si las muertes se deben al fuego aliado o al intento desesperado de Muamar Gadafi por diezmar las fuerzas rebeldes cuando la ofensiva en su contra entraba en marcha. De hecho, la posibilidad de que personas inocentes resulten heridas ha sido uno de los grandes frenos que ha tenido la Liga Árabe para participar de la operación. Hasta ahora la operación ‘Odisea del Amanecer’ ha recibido críticas de gobiernos como el ruso, que por medio del portavoz de la Cancillería, Alexandr Lukashévich, declaró tener información de que en ciudades como Trípoli, Tarhuna, Maamura y Jmeil se han atacado objetivos no militares. La plaza Mahkama en Bengasi, uno de los símbolos de la oposición, permanece hoy desierta. Miles de bengasíes han emprendido un éxodo hacia Al Marj, a unos 100 kilómetros de distancia, incluso desde antes de la operación, por temor a los bombardeos.
Redacción Internacional Elespectador.com
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