Concentraciones multitudinarias sin direcciones políticas definidas han logrado más en muy poco tiempo que las revueltas armadas impulsadas por grupos radicales Escrito por: Rafael P. Rodríguez Los pueblos tienen una enorme similitud con esas madres consentidoras que incluso al hijo más rebelde lo aman y le dejan un espacio de actuación más o menos prudente. No andan condenando por condenar ni precipitándose y amorosamente, tratan de comprender todo primero. Luego, hay un momento en que ya no hay nada que hacer (como obra el águila frente al polluelo que acaba de emplumar). Hay que echarlo del nido en estricta obediencia de una ley de compensaciones, de espacialidades y de efectos del tiempo y de la reproducción. Te amo pero te llegó la hora de leer al mundo, de vivirlo, de soportarlo y de hacerte a los vuelos. Si te quedas en él, estás enfermo y, cruelmente, los enfermos tampoco caben en el espacio del nido al que deberán acceder otros con derecho al calor y a la comodidad del hogar. La historia se halla sembrada de esos jardines inesperados en los que un “hombre fuerte” se ve echado del poder, se ve en la calle, exilado, vomitado por la ira popular. Pero los políticos no están hechos para entender todas las complejidades históricas que hablan de repudios colectivos, de caídas en desgracia ni de iras inesperadas. Como Stroessner que fue sustituido bajo el efecto del golpe por su propio nuero cuando ya sus facultades temblaban por el desconcierto de los años, como el llamado perínclito de San Cristóbal, que se había auto impuesto el rango de generalísimo sin haber librado batalla, como más de un tirano que la historia haya reclamado, los egipcios se sacudieron 30 años de represión que no les importaron como sistema impopular a sus conocidos y poderosos aliados occidentales. Como Berlusconi, en Italia, que no asimiló muy bien las clases de biología en la escuela y ahí le vemos en estado patético, a sus 71 años, lamiendo el rostro de jovencitas de alquiler. Todos acusan el mismo síndrome: ya el cuerpo y el espíritu no les dan para más y la gente termina por notarlo. Lo mismo sucede con lo de China y el Tibet. Aquello es bestial. Han transformado una región idílica, la tierra de Los Lamas, pacífico, ordenado, entregado al budismo que no ofende, que no mata, que no derrama sangre, en un espacio prostituido, reprimido y netamente comercial. Todo para que los tibetanos olviden sus creencias no violentas, no intimidatorios, no inhumanas como su invasor que se ha levantado haciendo trabajar a marcha forzada a millones de obreros industriales para exhibirse como los mejores del mercado global. Las rebeliones pacíficas que están teniendo lugar en Oriente Medio son la expresión (irán no es árabe, es persa, hay que recordarlo, de pasada) resultan el fenómeno del momento. Ese Tsunami de voces y de manos es el pueblo llevado a la vía pública por la realidad del ejercicio directo de la política para que los que tienen oídos para escuchar que escuchen. Un apunte De Túnez a China China ha sido el país donde se han dado las primeras manifestaciones en Asia contra el dominio comunista y por la independencia del Tibet, pero han sido aplacadas. Contrario ocurre en Medio Oriente, donde manifestantes desarmados han logrado la caída de gobiernos dictatoriales como el de Hosni Mubarak en Egipto y el de Túnez, amenanzando a Irak, Yemen y Birmania.
domingo, 27 de marzo de 2011
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Las nuevas revoluciones arrasan con regímenes despóticos en el mundo
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